Cuando la vida nos propone un cambio a gran escala, como el que estamos viviendo estos días debido a la pandemia y al confinamiento sanitario por el COVID-19, es necesario preguntarnos: ¿Cómo me siento?, ¿Qué me ocurre cuando forzosamente he de cambiar mi vida y no queda otra que hacerlo? y ¿Cómo es para mí compartir este tiempo y espacio de incertidumbre y desconcierto junto a los más cercanos, por ejemplo, mi pareja?
Dejar forzosamente a un lado la rutina diaria, los encuentros con nuestros seres queridos, añadiendo a todo ello además la obligatoriedad del tiempo de convivencia con quien es mi compañero/a, cuando ese tiempo no es elegido, puede producir de forma natural incomodidad, inquietud y desasosiego. También se suman a estas circunstancias nuevas el miedo frente a lo que acontece y lo que esto puede conllevar. Todo ello, puede afectar a nuestra salud física, mental y emocional.
En nuestra vida cotidiana, el trabajo, el entretenimiento y la distracción nos facilita el ir guardando bajo la alfombra aquellos asuntos pendientes que nos resulta incómodo mirar de frente y mucho más aún gestionarlos, como es el caso de algunos problemas con la pareja.
Otro asunto distinto sería si el tiempo de confinamiento fuese vivido desde la oportunidad y del goce de disfrutar de momentos de intimidad, basándose estos en el juego, la complicidad de la intimidad y el erotismo.
No siendo así, cuando existe el deterioro en el vínculo de la pareja y, por tanto, surge un malestar latente ante el continuo ruido exterior que rodea estas circunstancias presentes, el hecho de compartir un espacio, a veces reducido, hace que la convivencia sea más difícil, a veces insoportable y, más aún, si la comunicación de la pareja se ha visto afectada previamente.
La comunicación, sin duda, es uno de los pilares donde se fundamenta la solidez del vínculo y todo apoyo relacionado con este aspecto es de gran ayuda.
Como si no hubiese escapatoria, el confinamiento nos plantea frontalmente todo aquello que está pendiente de ser resuelto y que no ha sido atendido con anterioridad. Es entonces cuando el conflicto que se ha ido gestando poco a poco a través del tiempo, ahora más que nunca se hace presente y toma su forma mediante silencios constantes, la evitación del encuentro, el enfado, las discusiones, la desconfianza y la traslación de nuestro propio malestar en la pareja, a través de respuestas hostiles hacia la otra persona.
Cuando a causa de la postergación del miedo al conflicto, se presenta la amenaza de la pérdida de la relación, es común en primera instancia sentir inseguridad por la misma idea de la pérdida y por la incertidumbre del devenir de los acontecimientos, así como por los estresores relacionados con la crisis que se ponen en juego. Esperar que la situación por sí misma cambie, cuando ya el asunto no está bajo control, produce ansiedad y este desgaste emocional causa un dolor aún mayor en la persona que lo está experimentando debido al gran esfuerzo psicológico que este supone.
Es entonces cuando resulta de gran importancia para quienes se hallan en esta situación, buscar un clima de intimidad, ajeno al conflicto, para gestionar los sentimientos y las emociones evitadas y autocensuradas, logrando así un canal de comunicación asertiva en la pareja.
Si la pareja lo ha intentado y no encuentra la manera de llegar a una solución que sea buena para la relación y para cada uno, tal vez es el momento de solicitar la ayuda de un/a profesional, este es un paso importante para salir del círculo en el que seguimos dando vueltas y encontrar ese espacio de intimidad, seguridad y confianza, para juntos abordar los asuntos pendientes con la efectividad que se requiere.
Artículo escrito por Anna Oria, terapeuta en Terapiapsi